Por Javier Bruna: Es un hecho por desgracia frecuente, en negligencias médicas, que éstas se cometan por la prepotencia de un médico, que no siendo su especialidad, se empeña en diagnosticar a un paciente «a su manera», en lugar de derivarlo al especialista pertinente.
Como todo y todos en esta vida, nadie sabe de todo, valga la redundancia. Lo mismo ocurre en medicina. Por ello están las especialidades pertinentes y por eso la importancia de que el paciente sea examinado por el especialista en la patología que presenta. Lo malo sucede cuando un facultativo no especialista en la materia se empeña en hacer su propio diagnóstico.
Y a pesar de la insistencia de los familiares del paciente en que éste fuera atendido por el especialista adecuado. Pero ni caso. Y en ese «ni caso» a veces sucede que ello le cuesta la vida al paciente. Lo terrible no es un error de diagnóstico. Somos humanos y los médicos también y puedar lógicamente errar en el diagnóstico. Lo espeluzanante de este caso es que, pese a la insistencia de los familiares del paciente fallecido, el médico que lo trataba se obstinaba y obcecaba en su error, haciendo caso omiso a las advertencias de la familia y no llamando al especialista adecuado hasta al final cuando la gangrena ya estaba acabando con la vida del paciente. Bueno; mejor dicho: La gangrena propiamente no, sino la prepotencia y obcecación de un facultativo por no hacer caso a la familia y llamar al especialista adecuado.
A raíz de eso, no hemos de olvidar que nunca podemos delegar en los médicos nuestra propia vida y si tenemos una sensación de que nuestro familiar no está debidamente atendido por un facultativo, por médico que sea, debemos seguir adelante con esa sensación y recabar la opinión de un segundo médico, máxime cuando como, en el caso presente, ni siquiera el paciente fue atendido por el especialista adecuado para la patología que presentaba.